domingo, 5 de outubro de 2008

El muro


Se erguía ante mí como la gigantesca muralla de una ciudad secreta, rodeada de un profundo foso, lleno de un agua tan oscura que ni reflejaba mi imagen al mirarme en ella. Si alguien conseguía superar ese primer escollo, si se profundizaba en el intento de entrar al recinto primero, al interior tras el muro, entablando el mínimo contacto, arduos observadores intuirían el brillo de una luz maravillosa que se dejaba filtrar por la maraña segunda. Siguiendo al muro, se alzaba el bosque de frondosidad que despista la entrada del sol, el paso de la luz, que esconde los secretos, que guarda las virtudes, que difumina el esplendor. Seguí escarbando, insistiendo, frotando la superficie esperando sacar brillo y despertar al genio, para que obtener mis deseos. No desistí, ni una ni otra vez, ni a la enésima, no me rendí jamás. Nunca me he apartado de mis empresas, es posible que a veces uno deba dejar fuerzas para coger impulso, pero nunca girarse de media vuelta. Así lo hice, a pesar de los obstáculos, a pesar de la oscuridad, a pesar del blindaje de sus puertas, de la altura de sus muros, de la profundidad de sus aguas, del frío de sus sombras. Lo conseguí, entré, froté su dorada piel, acaricié su alma, sentí sus entrañas, me bañé de sus palabras, crecí y aprendí, vi mi reflejo en sus ojos, y me reconocí en él. Nadie podrá decir que no existe luz más allá de la oscuridad, porque ahora yo puedo decir que la he visto, que he seguido su senda y he encontrado mi camino.

Um comentário:

Jove Kovic disse...

Encontrar el propio camino es algo esencial. Yo todavía ando buscando.
Beijinhos, Rakel.