
Dijo que iba a dar un paseo y salió por la puerta. Salió como cientos de veces lo había hecho, cerrándola con suavidad, sin decir adiós, solo un beso y un hasta luego.
Pero ya no volvió. Más tarde, con el tiempo, después de los nervios, de la incertidumbre, de las lágrimas, después de todo, supimos que había vuelto a casa, que ya no era el mismo, que no quería serlo. En el fondo, nunca quiso ser importante, no pensaba que lo fuese, no reparó en los sentimientos de los demás, ni en los suyos. Quizá nunca los tuvo, nadie sabe cuanto tiempo hacía que lo habíamos perdido.
Lo cierto es que cuando entraba en nuestra casa, algo se iluminaba en nuestros ojos. Siempre venia con algo bueno en los bolsillos, alguna golosina. Nos encantaba escrutarlo minuciosamente, cachearlo, hacerle mimos, todo para conseguir la recompensa. Yo siempre buscaba entre su abrigo, por los bolsos, en el chaleco, siempre guardaba algo especialmente para mí. Adoraba esas atenciones. Siempre lo añoro.
Cuando los recuerdos comenzaron a escapar de su mente, los que estábamos allí, los que lo vivimos, nos sentimos desconcertados, tan desorientados por aquellas lagunas, negando lo evidente, sufriendo por la pérdida de cada día de esa maravillosa vida que se le iba entre los dedos, que se escapaba de su cabeza y lo convertía otra vez en un niño. Cada momento que pasábamos junto a él, cada cosa que hacíamos, sabíamos que sería olvidada. Que todo lo vivido, los hijos, las hijas, los nietos, el amor y las caricias, todas las caras de los que lo amábamos, se irían para siempre con suavidad, sin despedirse, sin prepararnos para ello, sin dejarnos decir adiós, como una tormenta de arena que cubre todo a su paso, las dunas de la memoria se difuminarían entre el desierto dejándolo todo cubierto y a nosotros perdidos sin un oasis donde refugiarnos.
Pero como la vida es aún más cruel, porque los deleites del sádico destino son inescrutables, toda esa tortura, el expolio de una vida, duró tanto tiempo que al final, casi al final del todo, los que vivimos cada trágico día de enfermedad, terminamos por desear su muerte. No imagino mayor dolor, que desear el fin de alguien a quien has querido tanto. Absolutamente agotados por la decadencia, destrozados, infelices, en medio del drama, nos sentimos aliviados. Yo me siento miserable, pero aliviada.
9 comentários:
Jo. Vas de lo trágico hasta el fondo mismo de una enfermedad incurable.
Resulta triste pensar en el Alzheimer. Algo que menoscaba lo más valioso de una persona: los recuerdos. Por que sin ellos no somos nadie. Un simple punto en un mundo de personas sociables.
Y ese deseo de la familia. Tampoco se les puede culpar. El alivio siempre supera a la tristeza por la muerte del ser querido. Por que queríamos a la persona antigua. No a la que la enfermedad nos devuelve. Y es que el ser humano es egoísta por naturaleza. Como la vida misma.
Siempre me ha asaltado la misma pregunta. Por que si un niño se comporta de la misma manera que una persona mayor, ¿la sensación que nos da no es la misma? La ternura deja paso al rechazo. La arruga nunca es atrcativa visualmente.
Las arrugas tienen la belleza de la experiencia, que no es poca.
El texto me parece conmovedor, me gusta como dices las cosas, así como casualmente.
La demencia senil o el Alzheimer, son auténticas maldiciones, yo lo viví en una persona que admiraba mucho, y fue un proceso muy duro, aunque es cierto que, a medida que la enfermedad avanza, los afectados, se llenan de ternura. Por esa vía de las sensaciones, se les puede comunicar mucho.
Si un niño se comporta como una persona mayor, pierde su fragilidad y deja de despertarnos el instinto protector ( que es muy poderoso)
¿ Por qué debe sentirse alguien miserable? Por desear que acabe el sufrimiento del enfermo, por ser humano y admitir que todo, incluso el amor que sientes hacia alguien, puede resquebrajarse bajo la infamia de estas pesadillas. El primer paso para no acabar loco, es admitir que puedes sentimientos como el de desear la muerte de un ser querido. Es así, no somos dioses.
No quería poner esto al principio, pero es mejor dejar clara mi postura, aunque alguien se cabree o no la entienda ( o las dos cosas)
gracias por la franqueza, a ambos.
en un sitio asi, donde no se puede ver la cara del otro, es mejor decir las cosas como a uno le parezca.
realmente, unniño que se hace adulto sigue el curso natural de la vida, pero si un adulto se comporta como un niño, está rompiendo el orden lógico de las cosas. eso es, cuanto menos, desconcertante. pero al requerir nuestro cuidado, despierta una mezcla de ternura y tristeza a partes iguales.
cierto es que hay lugar para todos los sentimientos, cada persona con los suyos, con el tiempo, cabe todo.
besos!
Te hubiera dicho lo que pienso estando a cada lado de la blogosfera, o cada lado de una mesa. Yo conozco bien estas situaciones, y te digo que te pasa de todo por la cabeza. De todo.
Un texto profundamente conmovedor y dramático. Debe ser horrible perder todos tus recuerdos y tu memoria, pero también es igual de horrible para los testigos del deterioro mental.
Saludos.
Yo entiendo ese alivio, y no hay nada miserable en ello. La vida sólo es realmente vida cuando es una vida digna. Cuando sólo está rodeada de sufrimiento y sin esperanza de mejoría, sino sólo de que se alargue ese sufrimiento, del que está postrado y de los que verdaderamente le quieren, no es raro desear su alivio y el nuestro, aunque el precio sea la muerte.
Un abrazo.
Pasaba por tu blog y al leer la entrada no he podido resistirme y decirte que me ha encandilado la fluidez con la escribes y lo haces tan cercano.
No he vivido jamás tal situación pero el testo me ha conmovido como si lo hubiera padecido en mis carnes.
Saludos.
Creo que lo peor que le puede pasar a una persona es que pierda sus recuerdos... Es lo más preciado que tenemos.
Me da miedo.
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