terça-feira, 26 de junho de 2007

la tierra prometida


Y la muchacha de piel dorada se fue. Se llevo con ella una bandada de gaviotas, una estela de espuma en la bahía, una maleta con dos vestidos y un corazón tierno. Varios barcos zarpaban ese día, pero en el puerto no se sintió tanto la partida de ninguna otra persona, como lo fue la de ella.

El día había amanecido en medio de la niebla, pero a mediodía ya se asomaba el sol en lo alto del cielo, calentando todo lo que tocaba, soplaba la brisa, un día perfecto para pescar o pasear por la playa. Un día así, un día como ese, no era un buen día para partir, para dejar atrás un lugar maravilloso, una tierra acogedora bañada por las olas, remojada por el sudor de los marineros y las lágrimas de sus familias. Esos tiempos, que no corrían muy rápido para nadie, estaban siendo los más duros desde la época de odio y sangre. Después de unos años nadie conseguía olvidar la pena, la miseria recordaba a todos sus propias calamidades, roía las entrañas de los más desafortunados, reabría las heridas de los que dejaron sus ilusiones en las cunetas, de los que había tenido alguna esperanza tiempo atrás. El tiempo, su crudeza, la infelicidad, se abría paso entre algunos corazones. Aquellos que aún se lanzaban al mar a diario, aquellos que siempre amaron el salitre de sus venas, esos vivían en libertad, jugaban sus cartas, con sus vidas en prenda, pero lejos de la tristeza de tierra.
La pena se apoderaba de los corazones de los paisanos del paraíso. Y a diario partían de los puertos, en busca de El Dorado, de la tierra prometida, esa que venía entre las letras de breves cartas, envolviendo leyendas de indianos, de prosperidad, de la esperanza perdida. Aquellos que se iban, con unos trapos en una caja de cartón, se decía que al llegar al otro lado del océano encontraban la felicidad entre cañas de azucar o en las bastas extensiones de una finca en propiedad, y más historias de deseos cumplidos
Y, como tantos otros, también se fue la muchacha de piel dorada. Una jovencita, bonita, trabajadora, ingenua, y querida por los suyos. Servía en casa del maestro, desde pequeña, ayudando a una mujer de mediana edad que hacía las veces de cocinera, ama, niñera, y todo aquello que se precisase. Una mujer de gruesas manos, de enormes pechos, con un porte magnifico, y risa escandalosa, que siempre tomo a la muchacha como una hija. La chica, Madalena, tan frágil como una tacita de porcelana, pasaba sus días, de aquí para allá, detrás de los interminables faldones de la ama.
Y fue después de algún tiempo, por expreso requerimiento del señor maestro que empezó a encargarse de la limpieza de la escuelita, después de que los chiquillos abandonaran los pupitres. Todo trascurría como siempre había sido, trabajaba por algo más que la manutención y su familia no cargaba con una boca más. Pero algo alteró el contrato, algo cambiaba la situación de la muchacha al servicio de sus amos. Algo había hecho cambiar el equilibrio de sirvientes y señoritos, la distancia había desaparecido, y como ya había ocurrido antes, los frutos llegarían al cabo de algún tiempo. Y como ya había pasado otras veces, eso no podía saberse, eso desaparecería. Se ocultaba la lascivia de gentes respetables, se ocultaban los hijos de la miseria, se mataban las esperanzas entre sucios fogones, se abandonaban las almas leves a las puertas de la iglesia, o se esfumaban las personas en medio de la oscuridad. Así ocurrió siempre.
Así fue como la muchacha más bonita de mi pueblo se fue con la marea. Mi abuela lo cuenta con una pena que le encoge el alma. Madalena se fue con lo puesto, con un valioso equipaje y con lágrimas en los ojos. Mi abuela adoraba a su hermana, y siempre soñó con volver a verla, conocer a su hijo, reencontrarse aquí o allí.
Sin embargo, como mi abuela dijo, Madalena se fue como un pajarillo, en medio de un llanto, se le fue la vida en el parto, en medio del dolor, porque su cuerpecillo aún era tierno, porque no tenía a nadie que cuidase de ella, porque los pobres tienen que huir como las ratas, porque las faldas de la ama no alcanzaron a resguardarla de un depredador de juventudes. Madalena no conoció a su hijo, su hijo no conoció la tierra prometida.

3 comentários:

Anônimo disse...

Uf! Muy buena y bonita y de esos finales que me encantan "para pensar" ...

Escribes exageradamente bien y tienes exagerada creatividad. Y no es un cumplido.

Muchas gracias por compartir, biquiños!

::mer:: disse...

estupenderrimo!!!!

Me gusta, como siempre.

Yo también te echaré de menos un huevo (y parte del otro)... joooo
besotes! nos vemos luego

rakel disse...

ola!
gracias. me alegro de compartir esas historias, y aun mas de que a alguien le guste que lo haga. gracias wilde, veo que sigues por aqui, estupendo!.
gracias mer, no quiero ni pensar en las despedidas, :S , uff! ahora nos vemos.
beijinhos