terça-feira, 27 de maio de 2008

MI ÚLTIMO CIGARRILLO


Ahora saboreo el humo de este cigarro que me llega desde su boca, desde los labios de esa rubia de labios jugosos, que me mira con los ojos casi cerrados, que deja caer los párpados cuando la miro a los ojos, evitando los míos.
Me están matando las horas que he pasado currando, esas veinte horas al día, los turnos infernales, los años que no me perdonan una, los fantasmas que no dejan que pegue ojo las pocas horas que paso en la cama. No es el momento de pensar en volver a casa, o ciertamente lo es, porque ahora mismo me iría a casa y me metería en la cama con esta mujer o sin ella.
El cigarro se consume, nos miramos, ella mira sutilmente el reloj y me dice que es tarde. Supongo que esta no es nuestra noche, no se si realmente lo lamento. Me ofrece compartir un taxi a casa, y me escaqueo hábilmente, prefiero caminar y despejarme de camino o voy a llegar borracho a casa. Y ella me coge la mano, me agarra los dedos, pasa los suyos entre los míos, acariciándome mientras los desliza por mi mano, y entonces fija sus ojos en mis ojos, me clava la mirada, me atraviesa, siento como si perforara hacia dentro, y me susurra suavemente que no quiere volver sola a casa porque necesita un hombro sobre el que apoyarse.
Sinceramente, mi hombro hace mucho que apenas sujeta mi propia cabeza, no tengo sustento para nadie más, desde luego mucho menos para las lágrimas de una mujer como esta, eso sería lo último que haría por ella, y si eso es lo que busca, lo siento, yo no soy su hombre.
Le pido que coja su abrigo, la espero, la llevo a la calle sujetándola bajo mi brazo, la tomo por la cintura mientras bajamos las escaleras, y siento como se desliza su cadera por mi mano, noto cada pliegue del vestido rozando su piel, pegándose a mi mano, es la escalera más larga que nunca he bajado. En la calle esperamos al taxi y ella apoya su cabeza sobre mi hombro, y puedo oler su pelo, ese perfume mezclado con humo de tabaco rubio me embriaga, estoy casi delirando, supongo que hace demasiado que no sentía un cuerpo tan dulce, tan cerca, tan femenino y delicioso.
Un taxi para, abro la puerta, ella entra y yo le doy un beso en la mano que aun me había dejado, se la beso como si estuviese a punto de morir y fuese el último beso de mi vida, se la beso con los labios cerrados pero muy apretados contra ella, la beso con mucha amargura, y le digo que hoy me voy andando a casa. Ella me ha entendido perfectamente, cierra la puerta del coche y se aleja. Se aleja y yo me quedo mirando allí quieto, hasta que reacciono y me voy caminando de vuelta a mi agujero, de vuelta a la soledad de mi apartamento, al frío de la almohada, de la cama vacía, a la vigilia del insomnio. Lo que lamento es que me he quedado sin tabaco.

3 comentários:

Anônimo disse...

Te estás covirtiendo en una escritora de novela negra a pasos agigantados. Y muy buena, por cierto. Casi podía visualizar la escena y la frustración eterna de los personajes. Reales y casi palpables...
Un beso!

Jove Kovic disse...

Esto novela negra no es. Relato intuitivo, quizás.
Pero me gusta mucho. Como siempre.

magofez disse...

Insisto, el cigarrillo y la literatura forman una pareja tan fascinante que se me hace imposible dejar de fumar.

perfecto realto Rakel, pero yo voy a dejar de fumar en mis vacaciones. es una vieja promesa.

No será fácil, pero espero fumarme pronto ese último cigarrillo.

Saludiños!