quarta-feira, 9 de abril de 2008

EL CALABOZO


Llueve demasiado esta noche. Son las 11 de la noche y creo que ha caído agua desde la madrugada pasada, sin tregua. No es posible que haya tanta agua sobre el cielo de esta ciudad. Ya no consigo encender ni un solo de los cigarrillos que llevo en la cajetilla del bolsillo. Creo que podría acordarme perfectamente de todos los santos apóstoles de la última cena, pero supongo que esos maromos no tienen la culpa de que mis pies estén aún más mojados que mi gabardina. Me voy a meter en el primer garito que encuentre abierto en este asqueroso barrio. Espero que me den una copa de cualquier cosa que me caliente las tripas, fumarme un pitillo seco y sentarme un rato a olvidarme de este maldito día.
Un bar musical. Me sirve. Voy a colarme por la puertita de luces rojizas y voy a perdonar la música por el wisky. No es que no me guste la música, pero en estos bares cutres donde a lo sumo tienen un puñado de perdedores bailando un clásico recalentado, con sabor a tabaco rancio, y quizá algún alma en pena buscando roce, lo de menos suele ser la música.
Es un edificio viejo, desde fuera se veía, pero al entrar me encuentro un recibidor como de otra época, sin duda más gloriosa que la actual, en decadencia, la escalera está apuntalada, y el mármol del suelo tiene marcados los pasos de miles de noches de fiesta.
Subo, escuchando una melodía familiar, pero la idea de que en cualquier momento podría hundirse el techo, no me abandona. En lo alto, tras un cortinaje de terciopelo verde oliva, se esconde el local, con el mismo sabor a rancio, pero con más ambiente de lo que me esperaba.
Hecho un vistazo, necesito fumarme un cigarrillo, beberme una copa, y luego tal vez le preste un poco de atención a la rubia del escenario.
En la barra hay un hueco, veo detrás a un camarero con chaleco, muy apropiado, y a una señal acude. Le pido un wisky solo en vaso ancho y con dos piedras. Le pregunto por la máquina de tabaco, y me indica que he de salir a un corredor del lateral del local. Me encamino hacia alli, pero la música se ha detenido y el público se levanta entre aplausos a rellenar sus vasos. Entre el jaleo me cuelo por un corredor, oscuro, no veo la máquina, creo que me he colado, pero huele a tabaco rubio, veo una sombra que desprende humo, me acerco al final del pasillo. Una rubia deslumbrante está fumando un pitillo, sosteniendo entr el rojo de sus labios y el de sus uñas. Me bloqueo mirando como mueve sus labios, y apenas acierto a pedirle uno para mí. Ella me mira, supongo que está acostumbrada a miradas como la que debo de tener, con cara de estúpido, la boca se debe de mover al mismo ritmo que la suya como repitiendo sus palabras. Nunca lo pienso hasta que ella se ha ido y me siento como un estúpido, pero no soy capaz de evitarlo, me enloquecen las rubias atractivas sobre todas las cosas. Se acerca a mi, muy cerca, y cuando creo que va a cogerme la mano, me susurra que coja el suyo, que debe seguir trabajando. Y sale, dejando una estela de perfume y humo, mientras yo me quedo allí sosteniendo el cigarro entre los dedos, sin fumarlo, solo miro la huella de sus labios en la boquilla, y en la primera calada, saboreo a esa mujer, su saliva, su carmín, el humo del tabaco. Ya no sé lo que me pasa, pero es como si hubiera perdido el ácido del estómago, ese que me estaba matando durante todo el día.
Salgo en busca de una cajetilla de Malboro, y con intención de beberme mi wisky, que aun me espera en la barra. Lo apuro de un trago, y enseguida le pido otro al barman.
Ahora miro al escenario, la rubia está cantando, sentada en un taburete alto, con las piernas cruzadas, descubiertas por la abertura de la falda, moviéndolas con sutileza, desde el tobillo abradazado por el cierre del zapato, hasta la rodilla.
Tiene una voz profunda, como una de esas negras que cantaban soul en la época dorada, me apuesto el cuello a que alguna cantó en este mismo local en los años 50. Un tipo toca la trompeta en un extremo del escenario, en el otro hay un piano, una batería y un bajo.
Miro una servilleta para ver el nombre del local, ni me he fijado al entrar. “El Calabozo”.

8 comentários:

Anônimo disse...

Parece que vuelves a coger el ritmo, Raquel. Me alegro por ello.
:)
Me ha gustado el texto. Sobre todo la descripción. Consiguer dibujar en la cabeza el ambiente de aquel lúgrube bar con su atmósfera de cine negro. Aunque me ha parecido algo vacío el final. Es sólo una opinión... ;)
Un besazo!

magofez disse...

A veces las casualidades no existen, sin duda.

Pero ya no fumas, ¿no? ejem ejem

Nunca llueve demasiado.

Bicos!

Jove Kovic disse...

Sólo puedo decir una cosa: todos los hombres sois iguales.

PD: Dile a Rakel que la echo de menos, hombre duro;-)*

Anônimo disse...

¡Bien por tí!
Ahora... vístela de encaje.
Haz pasar una mala noche a una chica ejercitando su libertad...
Un besazo.
Tuti

rakel disse...

ivan: mi ordenador se ha negado a entrar en tu nueva página, maldición! tngo que hacer algo!
sigue por aqui, besos!

rakel disse...

wilde:
nunca llueve a gusto de todos, no?
por que ya nunca hablamos? y por que tampoco puedo ver tu blog?
uf! jijiji
bicos!

rakel disse...

jove:
tu si que eres un duro!
:)***!

rakel disse...

tuti:
a ver que dices luego, que pones el listón muy alto!
jajajaja
besísimos!