quarta-feira, 5 de março de 2008

EN EL FONDO TODO ES LO QUE PARECE


En medio de la oscuridad, en un profundo agujero, puede sentirse la humedad y el frío de la tierra en los huesos. Esos huesos que un tipo corriente deposita, con puntualidad religiosa, cada domingo por la mañana.

Ese hombre, que vive sin episodios remarcables, en una casita con huerto a las afueras de una ciuidad como la de cualquiera, con un trabajo de 8 a 5 como el de un vulgar peón, vuelve a su casa cada noche y se acuesta temprano. Es un vecino silencioso, que saca la basura regularmente, que retira las hojas secas caidas y que saluda a todos los vecinos cuando baja del autobús a la vuelta del trabajo.

Pero los sábados su rutina varía, y como muchos otros miembros de su vecindad, realiza esos trabajos de limpieza y acondicionamiento del jardín y el huerto. Otras personas optan por lavar el coche, por limpiar los cristales o reparar la verja del patio, ese tipo de cosas cotidianas y poco llamativas.

Y los domingos, mientras algunos deciden sacar de paseo al perro muy temprano, hacer algo de deporte, llevar a la familia de excursión, o incluso ir a misa, hay quien se toma un día de relax o simplemente continúa con sus tareas domésticas, evadiéndose de la rutina diaria, inmerso en las pequeñas necesidades del hogar, reparando un grifo o tal vez una puerta desvencijada o tendiéndo largas coladas al sol.

Ese vecino al que miraba de vez en cuando, como un chiquillo malicioso, era tan común y rutinario que siempre despertó mi curiosidad. Me preguntaba a donde le llevaría esa vida tan monótona y solitaria, sin una persona con quien compartir la casa, ni siquiera tenía un perro o cualquier otra cosa animada, aparte de una radio, casi tan vieja como él. Le observaba mientras escarvaba en el jardín, desde la ventana de mi cuarto, en esas mañanas de domingo, en que me encerraban en mi habitación con el objetivo de incentivar mi estudio, cosa que tal vez no era del todo probechosa.

Observando esa actividad, llegué a establecer una pauta que siempre se repetía, era una macabra sospecha que atormentaba mi cabeza, algo con lo que me obsesioné en ese año de mi último curso, en que me pasaba el tiempo en busca de conspiraciones y estraños sucesos, tratando de huir de los estudios, de los exámenes y de los suspensos que iban a recluirme en mi casa todo el verano. Y mis sospechas fueron fundadas, tras un largo espionage, un seguimiento agotador, al fin, supe que mi vecino oculataba un terrible secreto.

Todos los domingos por la mañana se levantaba temprano y antes incluso del desayuno, salía al jardín y en la parte trasera, donde la tierra siempre ers removida periódicamnente, hacía un agujero profundo y depositaba un paquete envuelto en periódicos. Unas veces en paquete era mayor que otras, pero siempre lo hacía. Llegué a pensar que tarde o temprano se quedaría sin suelo suficiente como para cubrir con tierra sus oscuros botines.

Y finalmente, decidí hacer un seguimiento más próximo y definitivo. Desde el sábado hasta el domingo, me pasé 24 horas de vigilia, observando entre las sombras al tipo corriente de la casa de al lado, que enterraba cosas en el jardín los domingos al alba.

El sábado por la tarde, aquel hombre siempre paseaba por las afueras de la ciudad, hasta altas horas de la noche, y regresaba con una bolsa grande, que goteaba. Así que ese día me asomé al cristal de su cocina, y mirando por la ventana descubrí el contenido de aquel saco, que una vez volcado sobre la mesa solo dejó caer un montón de ratas de río.

No puedo imaginar mi cara en aquel instante, presa de la decepción, supongo, al descubrir la magnitud del crimen.

El hombre las desolló con meticulosidad y pulcritud, las despedazó, y las colocó en una cazuela. Despues de guisarlas, separó las cabezas y las colocó sobre unos papeles de periódico, que envolvió, y al día siguiente, junto con otros restos del festín, dio tierra entre las plantas del jardín.

Así, los huesos, depositados en la tierra, alejaban de las eventuales curiosidades que pudieran despertar entre la basura doméstica semejantes restos.

Supongo que en el fondo, todo es lo que parece.

5 comentários:

Jove Kovic disse...

Pues ahora me tomaré mi tiempo para leerlo y comentar...ale!

Iván disse...

Hola! Cuanto tiempo, nena. ¿Qué es de tu vida? Espero que haya terminado la carrera.
Un personaje un tanto extraño. ¿Las ratas de río son las musarañas? Una vez vi una en el Duerna, en León, y se me hace extraño que alguien se las pueda comer. Aunque si se mueve...
Espero que te prodigues más.
Un besazo!

Anônimo disse...

Vamos, vamos, niña...
¿dónde estabas oculta?

¡Ay, tu relato! Si no miraras tanto por la ventana no te toparías con la realidad... ya lo decían los letreros en las ventanillas de los trenes de antes: "Es peligroso asomarse"... pero de qué nutriríamos los sueños si no...

Besos. Sigue.

Jove Kovic disse...

Es mejor ignorar algunas realidades, porque pueden decepcionarnos.

Jove Kovic disse...
Este comentário foi removido pelo autor.