Esto era una vez un tipo gris.
Un tipo de esos que nadie quiere encontrarse por la mañana al levantarse, uno con quien no querrías compartir el ascensor, esa clase de persona que suele ser monótona en las conversaciones, con la que los compañeros del trabajo odian tomar café, y en las fiestas de compromiso todo el mundo esquiva, porque una vez que ha bebido algunas copas es aún peor de soportar. El hombrecillo siempre parecía llevar la misma camisa, y como es lógico, ese olor propio de alguien que no cuida su higiene, entre ácido y picante, como podría oler el aliño de una ensalada de cebolla.
Este personaje se paseaba por ahí, con naturalidad, ignorando su propia miseria, su insustancialidad, su simpleza. La monotonía de su vida no le perturbaba, la seguridad que le aportaba suplía las demás carencias, la apatía iba consumiendo poco a poco su espíritu, y ni decir de su juventud, que había escapado con el último de sus cabellos, y de eso hacía ya años. Su rutina diaria, se basaba en el trabajo, papeleos, burocracias, un descanso a la hora del café, que solía tomar solo porque no le gustaban las frívolas conversaciones de las demás personas del departamento, porque en realidad estaba tan desfasado de las cónicas sociales, que se perdía apenas empezaban. Eso nunca le quitó el sueño, se sentaba en un rincón de cualquier mesa y ojeaba un periódico sin demasiado interés hasta que el café se enfriaba, lo bebía de dos sorbos y se fumaba un pitillo.
Por las tardes, de las que disponía a voluntad, paseaba por el parque si el tiempo se lo permitía, tomaba algún otro café, fumando siempre, o veía los partidos de fútbol de la televisión, sin entusiasmo, solo por distraer las horas. Intentaba no pasar demasiado tiempo en casa, eludía la cena, intentando no coincidir para sentarse al lado de su madre en la cocina. Vivía con ella desde que nació, y sentía que le había dedicado ya demasiado tiempo, no le quedaba mucho por decirle, y no soportaba escuchar lo que ella le contaba. No la soportaba. Pero en el fondo eso tampoco era un problema en su vida, simplemente debía tomar algunas precauciones.
Siempre el mismo horario de trabajo, las mismas actividades, variando la hora de llegada o fumando algún cigarro más en el portal.
Un día al llegar a casa, encontró las luces apagadas. La televisión en silencio, la cocina no olía a esas asquerosas frituras de pescado habituales, era algo extraño, muy raro, pero aún así no se inmutó. Casi aliviado se preparó un bocadillo y se acostó, se fue a dormir sin preguntarse que habría cambiado. Al día siguiente, al regresar a casa, todo estaba exactamente como la noche anterior, como esa misma mañana. Algo contrariado, siquiera tranquilo, hizo exactamente lo mismo. Únicamente, al meterse en la cama, intento recordar si su madre, en una de esas conversaciones que ella tenía y él ignoraba, le habría anunciado un viaje o tal vez un ingreso en el hospital. La gente mayor suele planear ese tipo de cosas, pero él no conseguía recordarlo. Y sin mucho desasosiego, se durmió. Fue al trabajo, regresó a casa, y al entrar en la cocina encontró un gato pareándose por la encimera. Eso no le gusto demasiado, lo espantó con un folleto de propaganda y cerró la ventana. Algo molesto avanzó por el pasillo, dispuesto a dar un portazo en la primera puerta que encontrase abierta. Y de nuevo encontró un gato, paseándose por la alfombra con total tranquilidad, restregándose por el marco de su cuarto con impúdico placer. Eso consiguió despertar un verdadero malestar, un sentimiento real en un tipo acorchado, tremendo malestar. Dispuesto a atrapar a aquel intruso, corrió por el pasillo, casi en cuclillas, intentando agarrarlo por el cuello. El pasillo de esas casas viejas de Madrid podría servir para los 100 metros lisos, asi que estuvo dando carreras hasta casi el kilómetro, de un extremo al otro de la casa. Eso lo enojó en serio, estaba furioso, sentía ira, pero el animal se escabullía con maestría. Ya le flaqueaban las piernas, estaba desentrenado incluso para subir escaleras, así que aquello lo destrozó, sintió una punzada en el pecho, un dolor que le cortó el poco aliento que le quedaba, sparecía romperse algo por dentro, como si le aplastasen las costillas y solo respirar fuese insoportable, el dolor le alcanzaba el brazo izquierdo, perdía la sensibilidad, se le nublaba la vista. Casi apunto de desmallarse, se arrastro por la pared del largísimo pasillo, en busca del teléfono. El único que aún funcionaba era el del cuarto de su madre, así que empujó la puerta, que estaba abierta, y sin encender la luz caminó hacia la mesilla de noche, pero tropezó y calló. Casi agónico intentó descubrir aquello que le había hecho caer, y alcanzó a distinguir la silueta del estúpido gato que le estaba matando. Pero aún vió otro, uno que estaba sobre algo que había en el suelo. Después de unos segundos, en los que sus ojos se adaptaron a la penumbra, y solo después de perder la respiración, comprendió horrorizado la lógica de toda aquella escena. Fue en su último aliento, en el que entendió donde había estado su madre, porque había varios gatos en su casa, cual sería su destino, y que lo compartiría, como toda su vida había hecho, con su madre.
Un tipo de esos que nadie quiere encontrarse por la mañana al levantarse, uno con quien no querrías compartir el ascensor, esa clase de persona que suele ser monótona en las conversaciones, con la que los compañeros del trabajo odian tomar café, y en las fiestas de compromiso todo el mundo esquiva, porque una vez que ha bebido algunas copas es aún peor de soportar. El hombrecillo siempre parecía llevar la misma camisa, y como es lógico, ese olor propio de alguien que no cuida su higiene, entre ácido y picante, como podría oler el aliño de una ensalada de cebolla.
Este personaje se paseaba por ahí, con naturalidad, ignorando su propia miseria, su insustancialidad, su simpleza. La monotonía de su vida no le perturbaba, la seguridad que le aportaba suplía las demás carencias, la apatía iba consumiendo poco a poco su espíritu, y ni decir de su juventud, que había escapado con el último de sus cabellos, y de eso hacía ya años. Su rutina diaria, se basaba en el trabajo, papeleos, burocracias, un descanso a la hora del café, que solía tomar solo porque no le gustaban las frívolas conversaciones de las demás personas del departamento, porque en realidad estaba tan desfasado de las cónicas sociales, que se perdía apenas empezaban. Eso nunca le quitó el sueño, se sentaba en un rincón de cualquier mesa y ojeaba un periódico sin demasiado interés hasta que el café se enfriaba, lo bebía de dos sorbos y se fumaba un pitillo.
Por las tardes, de las que disponía a voluntad, paseaba por el parque si el tiempo se lo permitía, tomaba algún otro café, fumando siempre, o veía los partidos de fútbol de la televisión, sin entusiasmo, solo por distraer las horas. Intentaba no pasar demasiado tiempo en casa, eludía la cena, intentando no coincidir para sentarse al lado de su madre en la cocina. Vivía con ella desde que nació, y sentía que le había dedicado ya demasiado tiempo, no le quedaba mucho por decirle, y no soportaba escuchar lo que ella le contaba. No la soportaba. Pero en el fondo eso tampoco era un problema en su vida, simplemente debía tomar algunas precauciones.
Siempre el mismo horario de trabajo, las mismas actividades, variando la hora de llegada o fumando algún cigarro más en el portal.
Un día al llegar a casa, encontró las luces apagadas. La televisión en silencio, la cocina no olía a esas asquerosas frituras de pescado habituales, era algo extraño, muy raro, pero aún así no se inmutó. Casi aliviado se preparó un bocadillo y se acostó, se fue a dormir sin preguntarse que habría cambiado. Al día siguiente, al regresar a casa, todo estaba exactamente como la noche anterior, como esa misma mañana. Algo contrariado, siquiera tranquilo, hizo exactamente lo mismo. Únicamente, al meterse en la cama, intento recordar si su madre, en una de esas conversaciones que ella tenía y él ignoraba, le habría anunciado un viaje o tal vez un ingreso en el hospital. La gente mayor suele planear ese tipo de cosas, pero él no conseguía recordarlo. Y sin mucho desasosiego, se durmió. Fue al trabajo, regresó a casa, y al entrar en la cocina encontró un gato pareándose por la encimera. Eso no le gusto demasiado, lo espantó con un folleto de propaganda y cerró la ventana. Algo molesto avanzó por el pasillo, dispuesto a dar un portazo en la primera puerta que encontrase abierta. Y de nuevo encontró un gato, paseándose por la alfombra con total tranquilidad, restregándose por el marco de su cuarto con impúdico placer. Eso consiguió despertar un verdadero malestar, un sentimiento real en un tipo acorchado, tremendo malestar. Dispuesto a atrapar a aquel intruso, corrió por el pasillo, casi en cuclillas, intentando agarrarlo por el cuello. El pasillo de esas casas viejas de Madrid podría servir para los 100 metros lisos, asi que estuvo dando carreras hasta casi el kilómetro, de un extremo al otro de la casa. Eso lo enojó en serio, estaba furioso, sentía ira, pero el animal se escabullía con maestría. Ya le flaqueaban las piernas, estaba desentrenado incluso para subir escaleras, así que aquello lo destrozó, sintió una punzada en el pecho, un dolor que le cortó el poco aliento que le quedaba, sparecía romperse algo por dentro, como si le aplastasen las costillas y solo respirar fuese insoportable, el dolor le alcanzaba el brazo izquierdo, perdía la sensibilidad, se le nublaba la vista. Casi apunto de desmallarse, se arrastro por la pared del largísimo pasillo, en busca del teléfono. El único que aún funcionaba era el del cuarto de su madre, así que empujó la puerta, que estaba abierta, y sin encender la luz caminó hacia la mesilla de noche, pero tropezó y calló. Casi agónico intentó descubrir aquello que le había hecho caer, y alcanzó a distinguir la silueta del estúpido gato que le estaba matando. Pero aún vió otro, uno que estaba sobre algo que había en el suelo. Después de unos segundos, en los que sus ojos se adaptaron a la penumbra, y solo después de perder la respiración, comprendió horrorizado la lógica de toda aquella escena. Fue en su último aliento, en el que entendió donde había estado su madre, porque había varios gatos en su casa, cual sería su destino, y que lo compartiría, como toda su vida había hecho, con su madre.
(esta historia está encabezada por Mini Yo, mi lindo gatito. Espero que le guste)
7 comentários:
ola!
realmente no pensé que esta paranoia me durase tanto, pido disculpas por tal volumen. ya se verá si valió la pena....:P
bjs
Si fueras escritora serías de mis preferidas, y no es un cumplido o piropo.
El color gris es un color devastador, peor que el negro de lejos. Aterrador.
Y tu gatito muy bonito, y que buena foto, siempre me imagino las fotos detrás de la cámara, las cosas que hacemos para sacar el plano deseado, es sublime!!!
Buenísimos días y plas plas plas
bicos!
ah! y ola!!!
Como me gustó esta entrada, tia!
Que hermosa hueva totota!
te he dejado otro comentario en la de los sueños de juventud, que, ole ole ole me pongo a tus pies, vale?
Te quiero mucho (auqnue no como sospechaba tu madre, jeje)
ola!
cuanto me alegran buestros comentarios.
nunca te han dicho lo encantador que eres, wilde? siempre ola, ya sabes. bjs!
como te quiero, mer!(ya me gustaria que mi madre tuviese razon, :P)has sido muy importante en el mejor de mis anos (maldito teclado portugues, que no tiene enes!) jajajaja
ha sido un placer recibiros! ;D
bjs!
és uma querida!*
Ola Rakel!!!
si quieres escribir una ñ con el teclado portugués tienes que pulsar el acento nasal (el rabito de la ñ) y luego la N y ya está.
La tecla está inmediatamente a l izquierda del "enter", en la fila del medio de las letras (asdfghj...)
Un besote enorme!
Me voy de paseo con Dacha por ahí! un día tengo que colgar una foto suya en el blog (aprovecharé ahora, ya que está recién bañada, jaja)
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