sueños de juventud

Yo empecé a descubrir el mundo en la adolescencia, comencé a interesarme por la vida, a decidir lo que quería hacer con la mía, una profesión, un estilo de vivirla, los lugares que quería conocer, la gente con la que me gustaría mezclarme…esas cosas que se pueden plantear con 15 años, más o menos. Al principio todo podía ser posible. Me sentía capaz de cualquier cosa, nadie me había advertido que lo que uno sueña no es fácil de alcanzar. Así que soñé, soñé con una vida llena de aventura, tal vez al principio como periodista, pero luego me gustó más la idea de ser médica, pero de esas que se van de ayuda humanitaria, que viajan, que conocen África. Siempre quise irme allí. Eso era lo único constante en mi vida, me fascinaba. Me iría y conocería tribus, países, resolvería problemas, salvaría vidas…suponía que eso era lo máximo a lo que se podía aspirar.En lo personal, primero pensé en casarme, aun de muy pequeña, no tendría ni 13 cuando cambié de idea. Supuse, que en mi vida de hazañas, de peligros, no encajaba una pareja (me viene a la mente la película de “Gorilas en la Niebla”, a mi me pasaría como a Dian Fossey, que la pasión por la labor profesional supera todas las relaciones humanas, no hay sitio para la vida privada). Así que decidí que no tendría a una persona a mi lado para el resto de nuestras vidas. Si es cierto que no me veía completamente sola _una vez que lo has probado, no se puede prescindir de determinadas cosas_ y me imaginaba teniendo amantes, quizá no cientos (eso formaba parte de otro tipo de fantasías, esto otro lo digo en serio). Me figuraba acompañada por distintas figuras, de diversas personalidades, acorde con mi propia evolución, y por que no, en los lugares donde mis obligaciones me llevasen. Nunca quise condicionar mi destino _por decirlo así_ a otra persona que no fuese yo misma.Y los niños no me gustaron nunca. Pero un buen día cambié de opinión. Un niñito que vino a pasar el verano a mi casa, bastante tiempo después de haber decidido que no quería verlos ni de visita. Un niño precioso, moreno de piel, tostado por el sol de África, con los pies endurecidos de correr descalzo por las dunas de Argelia. Mi niño bonito, que pasó conmigo casi todo el tiempo, que hizo que lo adorase, que se me partiera el corazón cuando se fue, que se fijó para siempre en mi, huía de la miseria, de un conflicto que se llevó a su familia a un campo de refugiados.
Ese niño me hizo, además, desear más. Niños que mueren victimas de enfermedades curables, de incurables, en guerras, de miseria.
En un mundo globalizado, no creo que mi vida cambie el destino de un continente, pero sigo soñando que África cambie el mío.
Me lo digo a menudo, espero que no sea demasiado tarde para alcanzar esos sueños pueriles, aunque solo fuese tocarlos de puntillas…