terça-feira, 12 de julho de 2011


Le miro, mientras duerme a mi lado en la cama, y pienso en el tiempo que hemos pasado lejos, separados, todo ese tiempo en que ni nos hemos llamado ni hemos añorado la piel del otro y su olor. Las noches pasaban y yo pasaba mi cara por su lado de la cama, por la almohada, en busca de su rastro, de alguna huella o su aroma o el de su pelo. Me he sentido muy sola, pero con el paso de una noche tras otra, al final esa sensación se fue, y dejé de extrañar el vacío bajo las sábanas, el calor de su pecho, sus brazos en mi cintura, su peso sobre mi. Lo llegué a olvidar, los momentos más cálidos desaparecieron, y los frios aún más rápidos. Desapareció la soledad que me acompañaba y la compañía que me velaba.
Y ahora, pasado todo, hasta el tiempo pasó, volvemos a estar en la cama, compartiendo la noche, después del olvido, del perdón y la curación. Las heridas se cerraron, el dolor pasó, y ahora no encuentro la razón para volver a estar a su lado. No soy otra persona, ni él lo es, y sigo queriendo eso que no me ofrecía, y después de un encuentro vacío, sin el sentido que esperaba encontrar, le miro mientras duerme y lo único que pienso es que quiero recuperar mi espacio en la cama, quiero estirarme y no encontrarlo ahí por la mañana.
Es curioso como el tiempo pasa y solo deja sombras en un pared blanca.

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